Protocolo Ébola: ejecutar perros sin analítica ni cuarentena y denigrar a ATS contagiadas.
Cuando
los llamados animalistas denunciamos casos de brutalidad con gatos,
pongo por caso, nos achacan que nuestro espectro de empatía empieza
justo después de nuestra especie y se acaba inmediatamente antes de
llegar a ella. Olvidan, al decirlo, que la violencia con animales es un
indicador tipificado
(y tenido en cuenta en sistemas menos primitivos
que el español), de posibles agresiones futuras a seres humanos. Pero de
paso ignoran que un gato también es sujeto de derecho, como un río, el
cuñado de mi vecina o un roble albar.
Cuando
tratamos de impedir el asesinato de Excalibur, el perro de la enfermera
contagiada, nos acusan de que nos importa más la vida del animal que la
integridad de las personas. Parecen no recordar que los que ordenaron
su ejecución son los mismos que, con su prepotencia y negligencia, han
hecho posible que el virus del Ébola se haya instalado en organismos de
ciudadanos que viven en España, que los verdugos del pobre can son los
que lo trajeron y quienes hicieron que se propagase. Y al tiempo no sólo
se saltan los protocolos de actuación y desoyen los consejos de
expertos, sino que desperdician una oportunidad única de investigar
sobre el verdadero riesgo de contaminación entre perros y
humanos.
Pero
venden a la opinión pública que en el primer caso los locos somos los
animalistas porque vemos peligro donde según ellos no lo hay, y porque
exigimos que, como en otros lugares se viene haciendo, ante casos de
maltrato de animales se pongan en marcha dispositivos para prevenir
repeticiones y conductas violentas con personas. En el segundo lo somos
porque no vemos el peligro donde según los mismos sí existe, y porque
demandamos que, como en muchos sitios con cuya modernidad nos gusta
compararnos ocurre, aquí se cuente con instalaciones adecuadas para
mantener a un animal bajo esa sospecha en
condiciones y poder practicarle los análisis oportunos. Y con ganas de
hacerlo, porque nadie me puede hacer creer que si están en disposición
técnica de aislar a un señor no puedan hacer lo propio con un perro.
Da
igual qué extremo de la indecencia de nuestros responsables sea el que
escojamos para denunciar, si en él hay un animal al que queremos
defender siempre nos acusarán de misantropía. Prefieren omitir que en
medio de esas orillas habitan mujeres y hombres a los que nosotros nunca
ignoramos, también víctimas potenciales o reales de esos crímenes que
pertenecen a nuestra especie, la nuestra, recalco,
porque resulta que cada vez que aseguran que el género humano nos
importa una mierda, están afirmando que los animalistas somos tan
masoquistas y estúpidos como para no preocuparnos por nosotros mismos.
Al fin y al cabo, humanos.
Tengo
la impresión de que detrás de esto no sólo hay una estrategia ya muy
antigua y evidente de querer enfocar las críticas de la población hacia
quienes protestamos para así poder seguir ellos delinquiendo legalmente
(y a veces ilegalmente) aunque utilicen los verbos gobernar o gestionar,
sino también un miedo cada vez mayor a lo que es una realidad
incontestable: que el movimieno
animalista está demostrando una capacidad de reacción en velocidad,
número, fundamentación ética y científica y cobertura mediática que les
aterra. Las últimas semanas han dado buena muestra de ello.
Cientos
de miles de firmas en pocas horas, #SalvemosaExcalibur Trending Topic
mundial, todos los medios de comunicación cubriendo la noticia, gente de
renombre apoyando que no se matase al perro, concentraciones en
diferentes lugares... Sí, yo también estaría muy asustado en su lugar.
¿Se imaginan las consecuencias cuando todos los ciudadanos dolidos por
el cesarismo e incompetencia de nuestros gobernantes
comprendan que las voces por los derechos de los animales incluyen a
nuestra especie porque animales somos todos? Eso es lo que intentan
evitar y por tal motivo quieren presentarnos como los que preferimos a
un perro antes que a una persona, cuando la única verdad es que los que
nos producen aversión son ellos porque entre su desidia, su soberbia, su
egoísmo, su codicia, su despotismo y su ineptitud, resultan
absolutamente letales para todos, humanos y no humanos, para todos
excepto para su grupito de protegidos.
Y quien todavía los exculpe que recuerde que están acusando a la enfermera
contagiada de mentir, como no pueden sacrificarla la denigran. ¿Se puede ser más miserables?
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