MALTRATO ANIMAL: UN CRIMEN LEGAL



ESTA PÁGINA CONTIENE IMÁGENES MUY DURAS Y TEXTO QUE POR SU CRUDEZA, PUEDE RESULTAR DESAGRADABLE Y HERIR LA SENSIBILIDAD. TANTO LAS FOTOGRAFÍAS COMO LO QUE SE HA ESCRITO NO HACE MÁS QUE MOSTRAR UNA REALIDAD BRUTAL, PERO SI CONSIDERA QUE PUEDE VERSE AFECTADO AL CONTEMPLAR LO QUE AQUÍ SE EXPONE, NO SIGA ADELANTE.

Quien asume la tortura y el asesinato de otros seres como algo ajeno, es tan responsable como el torturador y el asesino.

"Los hombres son nazis para los animales y su vida es un eterno Treblinka". (Isaac Bashevis Singer- Premio Nóbel).

Después de que todo se haya dicho y hecho, quedará mucho más por hacer que por decir. (Jane Goodall)

Ante la injusticia la cobardía se viste de silencio. (Julio Ortega)



jueves, 13 de septiembre de 2012

Ser niño en Tordesillas

(Texto escrito en colaboración con Lucía Arana Igarza, de la Protectora El Cau Amic)


Si los animalistas tuviésemos que enumerar las veces que nos han dicho que no nos importan los seres humanos, e incluso que los odiamos, nos faltarían ganas, memoria y dígitos.
Así que hoy no vamos a hablar de Volante, el toro alanceado hasta la muerte en Tordesillas el 11 de septiembre, vulnerando la ordenanza según la cual debería haber sido indultado, sino de cuáles son algunos de los efectos que sobre las personas, las que sí cuentan para los gurús de la ética especista, tienen estas acciones.
La niñez, desde el punto de vista legal y según la Convención de los Derechos del Niño, se extiende hasta los dieciocho años. En el plano psicoafectivo, dura hasta
que no se alcanza un grado de madurez suficiente para tener autonomía, y, en el físico, hasta la pubertad. Sea como sea, una persona de trece años es un niño. Uno de esos seres a los que juramos otorgar protección especial en función de su particular vulnerabilidad.
Las siguientes declaraciones fueron realizadas por un chaval de esa edad a un conocido diario de nuestro país, con motivo de la celebración del Toro de la Vega en Tordesillas. Un crío de trece años que esperaba el paso del animal que iba a ser alanceado: “No. No nos da pena el animal. Yo no soy el toro. ¿A mí qué más me da que sufra? Y los que tiran cabras o corderos desde el campanario igual. Yo no soy ni la cabra ni el cordero. Me da igual…”. Otro niño de ocho años expresa las ganas que tiene de matar al toro. Cuando el reportero le pregunta el motivo responde: “No lo sé, es la tradición”. 
“A mí qué mas me da que sufra…”. Por favor, hagamos un alto, porque esta frase atraviesa los ojos y se clava en el cerebro. Hagamos una pausa y reflexionemos acerca de la terrible realidad que habita en esas palabras salidas de la boca de un crío. Creo que, llegados a este punto, sobraría seguir escribiendo. Así sería en una sociedad sana, pero a la vista está que en la nuestra tienen absoluta vigencia moral y legal aberraciones que elevan la perversión a la categoría de cultura, diversión y marca de identidad. 
Se llama empatía a la capacidad de percibir y compartir afectivamente la realidad de otro individuo en un contexto común. Su carencia es, de hecho, uno de los rasgos de ciertas psicopatías. En el caso de ir acompañada de agresividad, se puede llegar a producir un proceso de cosificación de la víctima, animal o humana, ignorando la capacidad de ésta para sentir miedo o dolor ante un ataque violento. 
No hace falta tener el título de doctorado en psiquiatría para entender el vínculo existente entre los estímulos que ese niño está recibiendo, su actitud ante el padecimiento de un ser vivo que no sea él, la absoluta falta de empatía que presenta y las consecuencias que tanto para él como para otros acarrea la formación que está recibiendo. Todo ello, y esta es la piedra angular del problema, contando con la complicidad de sus amigos y el beneplácito de padres, vecinos y responsables políticos.
No, no es necesario hablar del Toro Volante. Basta con hacerlo de un chico de trece años de Tordesillas para saber que la violencia no puede pasar por el tamiz de las especies y que es una conducta que, si se adquiere y se asume como natural, marcará de forma indeleble el código ético de esa persona. Sí, persona, no animal. 

2 comentarios:

Ricardo Muñoz José dijo...

“No. No nos da pena el animal. Yo no soy el toro. ¿A mí qué más me da que sufra?”. Palabras inquietantes, y más en boca de un “hombrecito” de trece años…
Sin duda, un concepto terrible que espanta al entendimiento y le da respiro al sadismo. Los hijos son como los crían. La falta de empatía de este “hombrecito”, viene del minuto que desde su padre pasó a su madre por un tubo palpitante y afiebrado, una noche, hace ya trece años. Los genes comandan la tendencia, y si el ejemplo social no tumba esa sombra hacia la luz de la sensibilidad, la hecatombe personal clavará existencia.
Tordesillas, está depositada en cimientos de crueldad. Sólo un gran movimiento nacional y europeo puede poner cerrojo a esta ignominia. No puede ser que el sangriento gusto de unos cuantos miles de personas, arrojen lodo sobre los millones de habitantes de este país.

Mi convencimiento sigue en pie; mientras no haya justicia para los animales, no habrá justicia para los hombres.

Felicitaciones para ti, Julio, y para Lucía. Que el binomio resultante de tan contundente análisis, no se rompa…

Ricardo
Linde5-otroenfoque

Anónimo dijo...

http://www.mundotoro.com/noticia/detenido-un-candidato-de-pacma-al-congreso-/95427

ya te digo Julio